El papado de Francisco queda en
la historia como la máxima proximidad con el pueblo al que ha llegado la Iglesia
desde hace siglos. Apoyo al pueblo palestino y al ucraniano, respeto a la
comunidad LGBT+, tratar los casos de pedofilia y abusos sexuales; son algunos
de los temas que diferenciaron el papado de Jorge Mario Bergoglio.
Hoy esto esta bajo la amenaza de
quedar en el pasado. La muerte de una papa permite a los cardenales renovar a
la Iglesia acorde a las necesidades de la época ¿Pero las de que quien?
La Iglesia Católica no es una
entidad ajena a mundo terrenal. Al contrario, desde la Edad Media, ha desarrollado
las ideas que prueban la existencia del sistema imperante, formando parte de la
superestructura, el conjunto de ideas, organizaciones e instituciones que sostienen
y justifican la existencia del capitalismo, en el caso actual.
En el feudalismo eso le permitió
imponer y remover reyes y príncipes que usaban el mandato divino para sostenerse
en sus cargos. Hoy su poder esta en la conciencia de millones de feligreses, la
influencia que tiene sobre su modo de vivir y entender el mundo.
El Papado no ha sido un amigo del
marxismo. En la encíclica Rerum novarum, el papa León XIII integró a la Iglesia
a la defensa del capitalismo. Denunciaba los males del sistema, pero también atacaba
al socialismo acusándolos de “privar de la libertad” a los obreros al querer
extinguir la propiedad privada sobre los medios de producción. Omitía que los obreros
no tenían ni tienen un sueldo suficiente para subsistir, peor para “colocar sus
beneficios” como predicaba el Papa.
A partir de allí, los pontífices que
le siguieron sostuvieron un discurso afín al capitalismo. Juan Pablo II fue el
mas entusiasta en sus accionar anticomunista. Su llegada al papado fue una
eficaz propaganda para los Estados Unidos en medio de la Guerra Fría. Una vez
en el cargo expulso a sacerdotes de izquierda como Ernesto Cardenal, se acerco
a dictadores como Pinochet, y a políticos neoliberales como Ronald Reagan.
Tanto anticomunismo no daba espacio
a la teología de liberación, a propuestas que acercaran la Iglesia al pueblo. Sostenían
unicamente en la tradición el poder de la Iglesia dentro de un mundo cambiante
y cada vez más interconectado.
Para el papado de Benedicto XVI, la
Iglesia se sumergió en una crisis de popularidad. Por el espíritu de cuerpo y
para evitar escándalos, se habían encubiertos casos de pedofilia y abusos
sexuales perpetrados por sacerdotes. Casos que salieron a la luz finalmente y
que hundieron la imagen de la Iglesia, el poco carisma de Joseph Ratzinger no
ayudó a mejorar la situación.
El Papado necesitaba un cambio
urgente para evitar perder la fe de sus feligreses. El cardenal Jorge Mario
Bergoglio, jesuita y arzobispo de Buenos Aires, fue la opción escogida en el
Conclave de 2013. Trajo un discurso más progresista a la Iglesia en tiempos donde
gobierno de izquierda estaban en auge en Latinoamérica, dio un respiro a la
Iglesia para recuperar su fuerza.
Han pasado 12 años, y un Papa
cercano con el pueblo ya no es necesario para los intereses de la jerarquía eclesiástica,
de las grandes potencias y del capitalismo. En el mundo de hoy, las fuerzas más
reaccionarias han ganado impulso haciendo uso de un discurso conservador y antiderechos,
por lo que para la Iglesia ya no es necesario esconder esas ideas.
A esto se suma la influencia de
Donald Trump, intentando influir en la elección con el conservador Raymond
Burke como su candidato. A los más derechosos les fue demasiado un papa que
cuestione al imperialismo, aunque no pueda hacer mucho. Ahora quieren una voz
más dócil y que sea altavoz de los mensajes más reaccionarios.
El Papa Francisco quedará en la historia como lo más “revolucionario” que puede ser un papa en una Iglesia que es herramienta de un sistema agonizante basado en la desigualdad. Una de las organizaciones más ricas del mundo que no va a renunciar a ello, como el resto de la burguesía, y que por tanto, seguirá sosteniendo el sistema capitalista.